Presentaciones de la Mesa Redonda: Arqueología y Profesionalización

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Exposición fotográfica: La Arqueología no es lo que te han contado

jueves, 2 de abril de 2009

Conferencia sobre la " Arqueología del discurso"

El presente trabajo trata de trazar un puente entre las prácticas arqueológicas y las del pensamiento; establecer un vínculo entre la actividad de esta metodología de la historia y la de la teoría de la literatura y el arte y la filosofía.
En este sentido nos proponemos mostrar cómo filósofos como Nietzsche y Foucault se sirvieron del método arqueológico, genealógico dirá Nietzsche, para reclamar la independencia de las palabras y de las cosas, de las ideas y de la realidad. En definitiva, para llamar la atención sobre el hecho de que cuando yo digo perro, me estoy refiriendo a algo que es llamado de esa manera por una convención social, y no porque haya una identidad entre las letras p-e-r-r-o y ese animal, al que sacamos a pasear a primera y última hora del día.
En este caso, el de un perro, que esa realidad sea designada con ese nombre es prácticamente irrelevante, pero ¿qué ocurre con cuestiones como lo bueno o lo bello?, ¿ qué pasa cuándo con palabras o conceptos nos referimos a ideas, sentimientos, sensaciones? Aquí el tema se hace más espinoso, porque según le demos un nombre u otro a una, o a un conjunto de realidades, y sobre todo lo mantengamos, pensaremos y actuaremos en función de estas nociones.
En este sentido, lo que tratarán de determinar estos dos filósofos es la profunda vinculación existente entre el querer y el decir, entre la posesión del mando por uno o varios individuos en las sociedades y el modo de articular el lenguaje en esas culturas. Por ejemplo, la palabra anormal o simplemente la expresión “eso no es normal”, que es un término que cualquier persona utiliza con bastante asiduidad, lo que está haciendo es establecer una frontera entre lo aceptable y lo no aceptable, según un principio que en realidad sólo se justifica por nuestra voluntad; nuestro deseo de que lo que cada uno piensa, hace, etc. sea lo aceptable, en contra de lo que pueda ser “normal” para los otros. Que digamos esto ahora no suele tener mayor trascendencia, se queda en simple comentario a un amigo o conocido. Pero pensemos en qué pasaba si a alguien se le tachaba de “anormal” en el S. XV; seguramente algo parecido a lo que le sucedió a Juana de Arco. Es en casos como éste en los que nos detendremos, en momentos en los que las palabras eran consideradas como inmutables y portadoras de la verdad.
Así, el recorrido que proponemos comienza, “in media res”, con Foucault y su libro Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, en el que el pensador francés expone sus consideraciones en relación a la construcción de las diferentes “epistemes” occidentales. Por decirlo de una manera simple, estas “epistemes” son las formas de pensar de una determinada sociedad en un tiempo y un espacio concreto. Si nosotros vamos sumando, a la manera de estratos geológicos, las “epistemes” de las sociedades occidentales desde que la península ibérica fue poblada, el resultado que obtenemos es la actual idiosincrasia española. De ahí, que el filósofo concluya que éstas no son más que constructos o artilugios, derivados de determinadas circunstancias políticas, económicas, sociales, etc. Foucault elabora estas nociones sobre la manera en la que funcionan las culturas y sus productos (arte, literatura, etc.), gracias a su método arqueológico de recomposición de estructuras de pensamiento.
A continuación, y provocado en gran medida por la lectura que hará Foucault de Nietzsche, un repaso atento por la obra de éste último: Verdad y mentira en sentido extramoral, (con sus ideas sobre las palabras como metáforas petrificadas y la verdad como artificio), nos permitirá enlazar con las tesis expuestas por Foucault en El orden del discurso. A partir de este momento, no sólo las palabras no representan las cosas, sino que además podemos afirmar que cuando esto se ha tenido por válido en la historia del pensamiento occidental es porque se ha visto respaldado por un “voluntad de poder” que quería dominar el discurso, evitando algo tan simple y común, como la pluralidad de sentido. Es decir, que una misma cosa sea representada por varios discursos y que por tanto haya libertad de expresión y pensamiento.
De este modo, podremos concluir gracias al trabajo arqueológico de estos dos filósofos, que los diferentes estratos que componen el conjunto de nuestra cultura no obedecen a un orden natural, como el que hace que las capas de arena se vayan depositando unas encima de otras. Muy por el contrario, nuestra realidad, responde al deseo de la humanidad de cercar el mundo y llegar a dominarlo, y esto, aunque sólo sea en el ámbito del discurso.
Para ver todo esto recurriremos a ejemplos de la cultura occidental; la creación de mapas, la escritura de poemas, la producción de películas, etc. que nos permitan establecer vínculos entre determinadas convenciones, tenidas en cuenta como naturales, y las causas que las propiciaron. Por ejemplo, no es casualidad que cualquiera de nosotros, cunado nos preguntan sobre la distancia que hay entre Vigo y Orense, nos refiramos a ello en los siguientes términos: “pues, una hora de autobús más o menos”. Esta expresión refleja la tradicional sumisión del espacio al tiempo, en nuestra cultura, según un ideal progresivo y, en función del tiempo de la vida humana, de éste.
Por todo ello, si la arqueología es el estudio de una cultura a través de sus restos materiales, la arqueología que aquí se propone es aquella que investigará a la cultura a través de los restos que han ido acumulando sus materiales conceptuales: el discurso.

Pablo López Carballo.
Rosa Benéitez Andrés.

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